Quiroga: Montevideo-París-Montevideo
Horacio Quiroga fue un excéntrico, un hombre que desde su vuelta de París (viaje que contaremos más adelante) se había dejado crecer una barba larga, una persona de complexión delgada, estatura no muy alta y de unos ojos celestes por donde se asomaran.
El autor creaba desde muy adentro, las motivaciones exteriores, si bien fundamentales, se acompasaban con todo lo que crepitaba dentro de sí. El Quiroga de los comienzos, el del Consistorio Gay Saber y de los "cuatro brahmines locos", fue muerto por el mismo tiro -metafórico- que mató -literalmente- a su mejor amigo mientras limpiaba su arma. La muerte fue un hecho sustancial en la vida del escritor, la rondó siempre como un fantasma muy presente.
Conocer París era poder navegar por las aguas donde el arte nace y progresa, ya Rubén Darío lo dijo "De niño me dormía implorando no morirme sin conocer París". El interés que reviste el corto y frustrado viaje de Horacio Quiroga por París es el de su inútil peregrinaje hacia esa universidad del Modernismo en la que no llegó a graduarse, doctorándose en cambio en hambre, humillación y descontento.
La aventura del viaje tentó al salteño, que un buen día se embarcó rumbo a París, vía Génova, bajo los mejores auspicios; equipaje rumboso, dinero en el bolsillo, mucha ropa fina, juventud eléctrica y secretamente guardado en el pecho, indudablemente, el fuego ilusionante de conquistar la celebridad literaria inmediata.
Embarcó en Salto hacia la Capital, en el vapor "Montevideo", el 20 de marzo de 1900. Y comienza de inmediato a fijar sus reflexiones, a las 7 de la mañana del día siguiente habla de la pena de abandonar a sus amigos, ciudad, familia, cielos y a un niña que queda llorando en la soledad de su cuarto. Es reveladora esta anotación "cuando oigo que hablan de literatura me crispo como un caballo árabe". El 22 llega a Montevideo y se reencuentra con amigos salteños que están estudiando en la ciudad, señala con humor escenas callejeras pintorescas "un verdulero que compone botines y un afilador que compone paraguas y un vendedor de naranjas que compone sillas". El 30 sube al "Cittá de Torino" y embarca a Italia, "Hasta creo que la gente que llenaba el muelle me miraba fijamente, como a un predestinado" escribe en su diario.
No le gusta el barco, "es pésimo", ni la comida, ni los pasajeros. No obstante participará en los juegos, le leerán el futuro tirándole las cartas, bailará casi toda la noche con una jovencita "cara linda, cutis impagable, blancura exacta y bastante pavita, como se ve, no es muy tolerante".
Y una frase que queda marcada a fuego desde sus pensamientos más profundos: "Hemos deseado otra cosa, otro algo que la existencia no cumple".
Casi todos los que se encuentran en el barco le caen vulgares y bastos, "nadie se sabe servir con cuchara y tenedor"; "no hay uno que baile bien". La buena salud ajena le ofende, sin embargo alguna vez confiesa "Me he divertido muchísimo", Génova no le gusta y lo que más le molesta es que allí todo el mundo ¡hable en genovés! Cuando parte en ferrocarril hacia París, se confiesa "desanimado de este viaje, todas caras desconocidas, sin admirar gran cosa porque estoy solo, sin comunicar a nadie mis impresiones"
Llega por fin el 24 de abril y registra su primer entusiasmo "París es buena cosa, algo así como una sucesión de avenidas de Mayo populosísimas, llenas de luz, de gente corriendo, de gente hablando en la calle, de turcos, de bicicletas y de delsumbramiento".
Destacable la mención de la bicicleta puesto que era el talón de Aquiles del autor, muy pronto se compra una para recorrer la ciudad, y en Génova había alquilado una también con el mismo fin. Su viaje entonces tuvo dos objetivos, ver correr a los grandes ciclistas y visitar la Exposición.
Anota cuidadosamente los nombres de los grandes ciclistas, tiempos que marcan, precio de las entradas, lugares que visita; "El Louvre es inmenso" y visita también el Bois de Boulogne, frecuenta las competencias de bicicleta vistiendo la camiseta del C.C.S (Club Ciclista Salteño). Visita repetidas veces Notre Dame, y le llaman la atención las gárgolas "en forma de pescuezo de bicho raro". Se sienta en un banco del Luxemburgo, en el café Cyrano, y en su diario, cabe destacar, retiene más lugares y paseos que personas.
Hacia el final el diario es un queja constante del hambre y la falta de dinero, crecida la barba por no poder gastar en un peluquero, y que no afeitará más en recuerdo de aquellos días; desaseada y cada vez más escasa la excelente ropa que llevó consigo (bicicleta, máquina fotográfica, maletas y vestuario tuvo que venderlo para costear telegramas pidiendo auxilio a su familia), vive sus últimos días en París.
Su apoderado en Salto no contesta y tampoco desde Bs As su madre, Quiroga llora de impotencia y relata "me queda, creo que por toda la existencia, la desconfianza de mí mismo".
Decide regresar, a menos de dos meses de estadía, es entonces el 10 de junio que se interrumpe la escritura de su diario.
¿Qué fue a buscar Quiroga a París? Fue a buscarse a sí mismo...
Dora Isella Rusell
La difícil sencillez en la narrativa de Quiroga
El lenguaje que maneja el autor es sencillo, de real naturalidad, sin complicaciones retóricas, y por esa razón llega perfectamente al lector. El escritor recurre a un léxico claro, abundante en ideas afines, concordantes y justas. Pinta sus ambientes y su estilo se adapta al momento en que ocurren los hechos, las historias cobran velocidad, fuerza, dinamismo, pasión, se detiene el lenguaje y se vuelve lento, observador, expectante dando paso a la sugestión; puntos suspensivos, entrecortados y signos. No abusa de la figura poética y cuando la utiliza es para fortificar una idea. Escribe como piensa, usa la prosopopeya en largas y amenas conversaciones y diálogos que mantienen los elementos protagonistas de sus cuentos y lo hace con tal habilidad que el logro es perfecto.
Lo salvaje aparece reflejado en una adjetivación ajustada, en las narraciones la selva se describe con amplitud y misterio, gracias a la soltura del lenguaje y a lo fiel a su estilo. Con respecto a la adjetivación, nos detenemos en el empleo de elementos del lenguaje ricos en colorido, fuertes y decididos. El lenguaje no está contaminado, es llano y ágil.
Ángel María Luna
La fugaz experiencia teatral de Quiroga
Su obra "Las sacrificadas", pieza en cuatro actos, fue estrenada en el Teatro Apolo de Buenos Aires la noche del 17 de febrero de 1921. En la misma el autor maneja los clásicos elementos del teatro: emoción, ambiente, situaciones, diálogos espontáneos, personajes bien observados y vigorosamente trazados. La pareja protagonista atraviesa, entonces, diferentes situaciones a lo largo de la pieza.
El año en que se estrena la obra es un tiempo en el cual el espectador teatral rioplatense denotaba especial preferencia por un teatro popular, tal vez este fue uno de los motivos por los cuales la obra tuvo poco acogimiento. Quiroga es un cuentista por naturaleza y la magnificencia de ese subgénero, opaca de alguna manera, sus intentos por proliferar en otros.
Ángel Curotto
Dos destinos: Quiroga y Misiones
Luego de haber matado involuntariamente a su amigo, tras la cárcel y la liberación, Quiroga se expatrió a Buenos Aires, acercándose a los círculos literarios y estrechando su amistad con Leopoldo Lugones (con quien hizo su viaje a Misiones, oficiando de fotógrafo).
Esta aventura de Las Misiones, en una casa levantada con sus propias manos, rodeada de árboles y arbustos florecidos, nos lleva a pensar: ¿Quiroga huía de sí mismo? Escapaba pero a su vez iba a un encuentro de un Quiroga más profundo y real, con un sabor a naturaleza, a experiencia vivida por encima de la experiencia de lo leído y aprendido.
Desde El Chaco y Las Misiones enviaba sus narraciones a Bs. As, plagados siempre de su naturaleza terrorífica que lo caracteriza, por ejemplo, en el cuento "El destilador de naranjas" un padre con un delirio provocado por los excesos del alcohol, ve formas monstruosas y confunde a su hija con una enorme rata y horrorizado de lo que mira, descarga sobre ella su hacha. Ella muere, pero de todas partes de la pieza, enormes ratas se acercan al asesino involuntario.
En 1611 en el territorio denominado Misiones Jesuíticas, los miembros de la Compañía de Jesús, fundan un pueblo, bautizándolo con el nombre de San Ignacio. Allí tenían sometidos a los indígenas, cerca del Río Paraná edifican la Iglesia, construyen el colegio, , las casas para los indígenas, la Sala de Talleres y el Cementerio.
El 27 de febrero de 1767, el Rey Don Carlos III firma una Real Pragmática por la cual los jesuitas son expulsados del territorio español y en San Ignacio los domínicos ocupan el lugar, pero los indígenas comienzan a dispersarse. Artigas en esa fecha reclama las Misiones, en virtud del Tratado de 1811 y entonces Gaspar de Francia, Dictador del Paraguay ordena como táctica de defensa arrasar con los pueblos de las Misiones, siendo ejecutada la sentencia de destrucción en 1817. Todo se convierte en ruinas.
Años más tarde el joven oriental Horacio Quiroga, arriba un día a Misiones; viene como integrante de una expedición que dirige Leopoldo Lugones, ésta tenía el fin de estudiar los vestigios de las Reducciones Jesuíticas. A pesar de estar cubiertos todos los puestos Quiroga insiste en acompañarlos, convence a Lugones, de que su presencia como fotógrafo es indispensable. Con sus raras maneras y extravagancias, provocaba la risa y los comentarios de sus compañeros. Quiroga sufre una profunda metamorfosis estando allí, la selva se apodera de éñ. Tres años más tarde, compra 165 hectáreas de campo, comienza a talar árboles para la construcción de la casa, que él mismo realizará con la ayua de dos peones. En 1909 se establece con su mujer Ana María Cirés; hacia el norte, no muy lejos , corre el Río Paraná junto a la selva.
El techo de la vivienda no bien construido, los días de lluvia deja filtrar el agua. En enero del año siguiente, nace la primera hija de Quiroga, sin ninguna clase de asistencia ya que para él, el nacimiento era algo natural y el niño debía venir sin ayuda. Habitan la selva, y deben regirse por sus leyes. Al otro año nace su hijo, Darío.
El Gobernador de Misiones, designa a Quiroga como juez de Paz y Oficial del Registro Civil de San Ignacio. Pero Quiroga no es amigo de la burocracia y en vez de escribir en los libros, escribe en papeles sueltos que guarda en una lata de galletitas. Un día le llega la noticia de que tendrá una inspección, entonces le pide ayuda a dos hombres del pueblo, pasan los datos de los papeles a los libros pero se les escapa un detalle: cambiar los nombres de los testigos (que son los mismos todos esos años) y cambiarles la edad, puesto que los años pasaban y los testigos tenían la misma.
Al año de estallar la Primera Guerra Mundial su esposa muere trágicamente, Quiroga se enamora unos años más tarde, de una jovencita, Ana María Palacio de 17 años de edad, los padres de ella se oponen a esta relación y no dejan salir a su hija de la casa. Quiroga comienza a construir un túnel que pretende llegar a la vivienda de su amada, pero es sorprendido antes de poder finalizarlo y para que no intente otro plan los señores Palacio abandonan Misiones con su hija.
Pasan más años y en 1932 el autor vuelve a casarse, una diferencia de 29 años lo separa de María Elena Bravo, con ella los dos hijos del matrimonio anterior y una hija de su segunda mujer se radica en San Ignacio.
Luego de 1933 Quiroga es aparatado de su cargo como cónsul uruguayo y luego, sus hijos y mujer se alejan de él y de Misiones. Quiroga se siente solo y enfermo, parte rumbo a Buenos Aires, en setiembre de 1936: buscará allí a la que siempre lo rodeó, encontrándola una mañana de verano de 1937.
Ángel Ayestarán.
Horacio Quiroga fue un excéntrico, un hombre que desde su vuelta de París (viaje que contaremos más adelante) se había dejado crecer una barba larga, una persona de complexión delgada, estatura no muy alta y de unos ojos celestes por donde se asomaran.
El autor creaba desde muy adentro, las motivaciones exteriores, si bien fundamentales, se acompasaban con todo lo que crepitaba dentro de sí. El Quiroga de los comienzos, el del Consistorio Gay Saber y de los "cuatro brahmines locos", fue muerto por el mismo tiro -metafórico- que mató -literalmente- a su mejor amigo mientras limpiaba su arma. La muerte fue un hecho sustancial en la vida del escritor, la rondó siempre como un fantasma muy presente.
Conocer París era poder navegar por las aguas donde el arte nace y progresa, ya Rubén Darío lo dijo "De niño me dormía implorando no morirme sin conocer París". El interés que reviste el corto y frustrado viaje de Horacio Quiroga por París es el de su inútil peregrinaje hacia esa universidad del Modernismo en la que no llegó a graduarse, doctorándose en cambio en hambre, humillación y descontento.
La aventura del viaje tentó al salteño, que un buen día se embarcó rumbo a París, vía Génova, bajo los mejores auspicios; equipaje rumboso, dinero en el bolsillo, mucha ropa fina, juventud eléctrica y secretamente guardado en el pecho, indudablemente, el fuego ilusionante de conquistar la celebridad literaria inmediata.
Embarcó en Salto hacia la Capital, en el vapor "Montevideo", el 20 de marzo de 1900. Y comienza de inmediato a fijar sus reflexiones, a las 7 de la mañana del día siguiente habla de la pena de abandonar a sus amigos, ciudad, familia, cielos y a un niña que queda llorando en la soledad de su cuarto. Es reveladora esta anotación "cuando oigo que hablan de literatura me crispo como un caballo árabe". El 22 llega a Montevideo y se reencuentra con amigos salteños que están estudiando en la ciudad, señala con humor escenas callejeras pintorescas "un verdulero que compone botines y un afilador que compone paraguas y un vendedor de naranjas que compone sillas". El 30 sube al "Cittá de Torino" y embarca a Italia, "Hasta creo que la gente que llenaba el muelle me miraba fijamente, como a un predestinado" escribe en su diario.
No le gusta el barco, "es pésimo", ni la comida, ni los pasajeros. No obstante participará en los juegos, le leerán el futuro tirándole las cartas, bailará casi toda la noche con una jovencita "cara linda, cutis impagable, blancura exacta y bastante pavita, como se ve, no es muy tolerante".
Y una frase que queda marcada a fuego desde sus pensamientos más profundos: "Hemos deseado otra cosa, otro algo que la existencia no cumple".
Casi todos los que se encuentran en el barco le caen vulgares y bastos, "nadie se sabe servir con cuchara y tenedor"; "no hay uno que baile bien". La buena salud ajena le ofende, sin embargo alguna vez confiesa "Me he divertido muchísimo", Génova no le gusta y lo que más le molesta es que allí todo el mundo ¡hable en genovés! Cuando parte en ferrocarril hacia París, se confiesa "desanimado de este viaje, todas caras desconocidas, sin admirar gran cosa porque estoy solo, sin comunicar a nadie mis impresiones"
Llega por fin el 24 de abril y registra su primer entusiasmo "París es buena cosa, algo así como una sucesión de avenidas de Mayo populosísimas, llenas de luz, de gente corriendo, de gente hablando en la calle, de turcos, de bicicletas y de delsumbramiento".
Destacable la mención de la bicicleta puesto que era el talón de Aquiles del autor, muy pronto se compra una para recorrer la ciudad, y en Génova había alquilado una también con el mismo fin. Su viaje entonces tuvo dos objetivos, ver correr a los grandes ciclistas y visitar la Exposición.
Anota cuidadosamente los nombres de los grandes ciclistas, tiempos que marcan, precio de las entradas, lugares que visita; "El Louvre es inmenso" y visita también el Bois de Boulogne, frecuenta las competencias de bicicleta vistiendo la camiseta del C.C.S (Club Ciclista Salteño). Visita repetidas veces Notre Dame, y le llaman la atención las gárgolas "en forma de pescuezo de bicho raro". Se sienta en un banco del Luxemburgo, en el café Cyrano, y en su diario, cabe destacar, retiene más lugares y paseos que personas.
Hacia el final el diario es un queja constante del hambre y la falta de dinero, crecida la barba por no poder gastar en un peluquero, y que no afeitará más en recuerdo de aquellos días; desaseada y cada vez más escasa la excelente ropa que llevó consigo (bicicleta, máquina fotográfica, maletas y vestuario tuvo que venderlo para costear telegramas pidiendo auxilio a su familia), vive sus últimos días en París.
Su apoderado en Salto no contesta y tampoco desde Bs As su madre, Quiroga llora de impotencia y relata "me queda, creo que por toda la existencia, la desconfianza de mí mismo".
Decide regresar, a menos de dos meses de estadía, es entonces el 10 de junio que se interrumpe la escritura de su diario.
¿Qué fue a buscar Quiroga a París? Fue a buscarse a sí mismo...
Dora Isella Rusell
La difícil sencillez en la narrativa de Quiroga
El lenguaje que maneja el autor es sencillo, de real naturalidad, sin complicaciones retóricas, y por esa razón llega perfectamente al lector. El escritor recurre a un léxico claro, abundante en ideas afines, concordantes y justas. Pinta sus ambientes y su estilo se adapta al momento en que ocurren los hechos, las historias cobran velocidad, fuerza, dinamismo, pasión, se detiene el lenguaje y se vuelve lento, observador, expectante dando paso a la sugestión; puntos suspensivos, entrecortados y signos. No abusa de la figura poética y cuando la utiliza es para fortificar una idea. Escribe como piensa, usa la prosopopeya en largas y amenas conversaciones y diálogos que mantienen los elementos protagonistas de sus cuentos y lo hace con tal habilidad que el logro es perfecto.
Lo salvaje aparece reflejado en una adjetivación ajustada, en las narraciones la selva se describe con amplitud y misterio, gracias a la soltura del lenguaje y a lo fiel a su estilo. Con respecto a la adjetivación, nos detenemos en el empleo de elementos del lenguaje ricos en colorido, fuertes y decididos. El lenguaje no está contaminado, es llano y ágil.
Ángel María Luna
La fugaz experiencia teatral de Quiroga
Su obra "Las sacrificadas", pieza en cuatro actos, fue estrenada en el Teatro Apolo de Buenos Aires la noche del 17 de febrero de 1921. En la misma el autor maneja los clásicos elementos del teatro: emoción, ambiente, situaciones, diálogos espontáneos, personajes bien observados y vigorosamente trazados. La pareja protagonista atraviesa, entonces, diferentes situaciones a lo largo de la pieza.
El año en que se estrena la obra es un tiempo en el cual el espectador teatral rioplatense denotaba especial preferencia por un teatro popular, tal vez este fue uno de los motivos por los cuales la obra tuvo poco acogimiento. Quiroga es un cuentista por naturaleza y la magnificencia de ese subgénero, opaca de alguna manera, sus intentos por proliferar en otros.
Ángel Curotto
Dos destinos: Quiroga y Misiones
Luego de haber matado involuntariamente a su amigo, tras la cárcel y la liberación, Quiroga se expatrió a Buenos Aires, acercándose a los círculos literarios y estrechando su amistad con Leopoldo Lugones (con quien hizo su viaje a Misiones, oficiando de fotógrafo).
Esta aventura de Las Misiones, en una casa levantada con sus propias manos, rodeada de árboles y arbustos florecidos, nos lleva a pensar: ¿Quiroga huía de sí mismo? Escapaba pero a su vez iba a un encuentro de un Quiroga más profundo y real, con un sabor a naturaleza, a experiencia vivida por encima de la experiencia de lo leído y aprendido.
Desde El Chaco y Las Misiones enviaba sus narraciones a Bs. As, plagados siempre de su naturaleza terrorífica que lo caracteriza, por ejemplo, en el cuento "El destilador de naranjas" un padre con un delirio provocado por los excesos del alcohol, ve formas monstruosas y confunde a su hija con una enorme rata y horrorizado de lo que mira, descarga sobre ella su hacha. Ella muere, pero de todas partes de la pieza, enormes ratas se acercan al asesino involuntario.
En 1611 en el territorio denominado Misiones Jesuíticas, los miembros de la Compañía de Jesús, fundan un pueblo, bautizándolo con el nombre de San Ignacio. Allí tenían sometidos a los indígenas, cerca del Río Paraná edifican la Iglesia, construyen el colegio, , las casas para los indígenas, la Sala de Talleres y el Cementerio.
El 27 de febrero de 1767, el Rey Don Carlos III firma una Real Pragmática por la cual los jesuitas son expulsados del territorio español y en San Ignacio los domínicos ocupan el lugar, pero los indígenas comienzan a dispersarse. Artigas en esa fecha reclama las Misiones, en virtud del Tratado de 1811 y entonces Gaspar de Francia, Dictador del Paraguay ordena como táctica de defensa arrasar con los pueblos de las Misiones, siendo ejecutada la sentencia de destrucción en 1817. Todo se convierte en ruinas.
Años más tarde el joven oriental Horacio Quiroga, arriba un día a Misiones; viene como integrante de una expedición que dirige Leopoldo Lugones, ésta tenía el fin de estudiar los vestigios de las Reducciones Jesuíticas. A pesar de estar cubiertos todos los puestos Quiroga insiste en acompañarlos, convence a Lugones, de que su presencia como fotógrafo es indispensable. Con sus raras maneras y extravagancias, provocaba la risa y los comentarios de sus compañeros. Quiroga sufre una profunda metamorfosis estando allí, la selva se apodera de éñ. Tres años más tarde, compra 165 hectáreas de campo, comienza a talar árboles para la construcción de la casa, que él mismo realizará con la ayua de dos peones. En 1909 se establece con su mujer Ana María Cirés; hacia el norte, no muy lejos , corre el Río Paraná junto a la selva.
Casa de HQ en San Ignacio |
El techo de la vivienda no bien construido, los días de lluvia deja filtrar el agua. En enero del año siguiente, nace la primera hija de Quiroga, sin ninguna clase de asistencia ya que para él, el nacimiento era algo natural y el niño debía venir sin ayuda. Habitan la selva, y deben regirse por sus leyes. Al otro año nace su hijo, Darío.
El Gobernador de Misiones, designa a Quiroga como juez de Paz y Oficial del Registro Civil de San Ignacio. Pero Quiroga no es amigo de la burocracia y en vez de escribir en los libros, escribe en papeles sueltos que guarda en una lata de galletitas. Un día le llega la noticia de que tendrá una inspección, entonces le pide ayuda a dos hombres del pueblo, pasan los datos de los papeles a los libros pero se les escapa un detalle: cambiar los nombres de los testigos (que son los mismos todos esos años) y cambiarles la edad, puesto que los años pasaban y los testigos tenían la misma.
Al año de estallar la Primera Guerra Mundial su esposa muere trágicamente, Quiroga se enamora unos años más tarde, de una jovencita, Ana María Palacio de 17 años de edad, los padres de ella se oponen a esta relación y no dejan salir a su hija de la casa. Quiroga comienza a construir un túnel que pretende llegar a la vivienda de su amada, pero es sorprendido antes de poder finalizarlo y para que no intente otro plan los señores Palacio abandonan Misiones con su hija.
Pasan más años y en 1932 el autor vuelve a casarse, una diferencia de 29 años lo separa de María Elena Bravo, con ella los dos hijos del matrimonio anterior y una hija de su segunda mujer se radica en San Ignacio.
Luego de 1933 Quiroga es aparatado de su cargo como cónsul uruguayo y luego, sus hijos y mujer se alejan de él y de Misiones. Quiroga se siente solo y enfermo, parte rumbo a Buenos Aires, en setiembre de 1936: buscará allí a la que siempre lo rodeó, encontrándola una mañana de verano de 1937.
Ángel Ayestarán.